Juegos tradicionales, ética deportivaY ideologías del mercadoJean-Jacques Barreau / Université Rennes 2 - CERPPE (France) Respuesta a los alegatos de A. Guttmann en su obra : Games & Empires, Modern Sports and Cultural Imperialism |
Cuando se evoca el tema de la globalización, tema de moda, suele olvidarse que uno de los primeros dispositivos globalizadores es el deporte moderno. Por esta razón, viene a ser una manera de activar una empresa, asediada por exigencias impuestas por influyentes grupos de presión (el A.M.I., por ejemplo, especie de asociación de los delincuentes internacionales); quienes están decididos a imponer por todos los modos, sus concepciones ultra liberales del mercado, pasando por encima de las políticas y opiniones nacionales. Posteriormente se indicarán los efectos perversos que comportan dichas artimañas. El tema no es nuevo, ya que se podía intuir en la lectura detallada de las peripecias que acompañaron el deporte en el siglo XX. Así a medida que pasan los días, estas influencias perversars actúan con mayor relevancia como un dispositivo degenerante, semejante al mercado mundial que le alberga. Sin embargo esta situación no evito que diversos actores, supuestamente serios1, se propusieran ayudar al reto de impulsar la “empresa deportiva” a priori cuestionada, tratando de marginar los efectos negativos asociados a los deportes modernos, intentando promover sus virtudes quizá imposibles de encontrar. Entre estos autores, el americano, Allen Guttmann, en su obra publicada en 19942, en el capítulo 9, que concluye el libro3, trató de mostrar una confrontación entre los deportes modernos y los juegos populares y tradicionales. En esa tarea, Guttman se apoyó en parte en los contenidos publicados en nuestra anterior entrega de la obra Eclipses et renaissance des jeux populaires, des traditions aux régions dans l’Europe de demain4. El problema planteado por Guttmann es doble. Por un lado, aclarar la cuestión de la difusión del deporte evidenciando su expansión planetaria. Por otro lado, intentar justificar esta implantación conquistadora haciendo un balance enteramente desfavorable de las prácticas que se han resistido a dicha proyección : los juegos populares y tradicionales. Por eso se trata de un proyecto elegante, ilustrando bien el adagio según el cual el vencedor siempre tiene razón, sobre todo si es él que escribe la historia. Mediante un modelo de difusión – entendemos de globalización -, y a través de seis ejemplos poco adaptados, ya que más de la mitad de ellos concierne a realidades sobre todo los Estados Unidos y Gran Bretaña (fútbol, béisbol, baloncesto, criquet) se pretende mostrar dicho proyecto. En cuanto al quinto ejemplo que se referencia, es decir los Juegos Olímpicos se trata de un mecanismo de imposición política5 en numerosas naciones. Allen Guttmann descubre un modelo de no difusión, dado que el ejemplo del fútbol más bien se comporta de forma contraria al ilustrar la débil permeabilidad de los Estados Unidos. Queda por considerar salvando las diferencias, lo que Nathan Wachtel llamó la vision des vaincus. 1. La visión de los vencedores.Es una manía constante de Allen Guttmann percibir el deporte en general a través de las únicas ilustraciones provistas por los deportes americanos6. Y de este punto de vista, el autor confunde constantemente peripecias anecdóticas e historia. El deporte se enfoca haciendo uso de una visión desenvuelta, idealista; nunca es cuestión de dinero, de manipulaciones, de dopaje, de trampas, de chantajes, de violencias,... en definitiva, nunca es cuestión de considerar únicamente la cotidianidad del deporte en aquellos países en donde la información tiene un carácter independiente como en los Estados Unidos, Alemania o Francia7. Las declaraciones de Guttmann revelan una postura de espectador consumidor mucho más que la de testigo implicado en los debates difíciles que surgen a partir de las confrontaciones locales entre las organizaciones deportivas y las que defienden la perennidad de los juegos populares y de tradición. En el sentido al que se refiere Guttmann, se trata en el mejor caso de atestiguar de un diálogo de sordos y en la visión más pesimista de proceder a una ejecución sumaria. El argumento principal, en ninguna parte confirmado es, en efecto, el que concede a un espectador desinteresado, como es el caso para Allen Guttmann, el poder de manifestar “eso me conviene eso no me conviene”; en nombre de una moral según la cual el cliente es rey, ya que el deporte se considera como una mercancía, y por tanto se necesita rentabilizar el dinero aplicando el principio “pig principle” que pretende considerar que “mucho está bien” pero, “mucho más es mejor”. Sin embargo, no es de eso de lo que se trata. No resulta muy útil haber redactado tantas páginas para evidenciar que las organizaciones de los espectáculos deportivos suplantan en cualquier emplazamiento los esfuerzos orientados hacia la conservación cultural de los juegos populares y de tradición. Sin embargo, estos juegos permiten introducir consideraciones a propósito de la calidad de los actores, de sus relaciones, así como del medio ambiente, aspectos que no considera en ningún momento el mencionado autor. No obstante, la obstinación por privilegiar lo cuantitativo, habría sido útil si se hubiesen significado los motivos que permiten entender la realidad de que las ayudas más relevantes desde el punto de vista financiero, mediático y político, sólo se concentren en los deportes modernos. Se suponía que Allen Gutmann habría expuesto con sabiduría que son los ricos en el mundo los que tienen más dinero. Sin embargo eso no es una explicación, cuando otras empresas culturales pacíficas ni tan siquiera disfrutan de la atención de los « apoderados », y eso que la demanda emana de los mismos actores. Habida cuenta de estas consideraciones, intentar hacer creer que los deportes modernos han triunfado claramente sobre los juegos populares y tradicionales debido a su mayor nivel estético o por ser más atractivos8, oculta una engañosa supremacía, debida a la acción de los dispositivos que han organizado sistemáticamente su promoción en detrimento de éstos últimos.
2.Deporte, colonización y dominación.Guttmann hace mención de algunas peripecias donde en los países colonizados la acción de los colonos ha apuntado firmemente a una implantación de los deportes angloamericanos; aunque se introducen este tema para atenuar en seguida el impacto de estas operaciones, incluso cuando eran objeto de una estrategia consciente. Además, legitima el discurso en nombre de motivos claramente partidatistas. Mientras tanto los ingleses importaron el polo en Gran Bretaña,
Frente a esta situación bien trivial, en el marco de una política de colonización, los comentarios de Allen Guttmann son, por lo menos, dilatorios. Emprendiéndola con P. Rummelt, añade :
Se teme no haber entendido bien : ¿ las medidas de la colonización fueron destinadas a otra cosa que al control social garante de la extorsión de las riquezas ? No obstante, para ser creíbles, estos propósitos habría tenido que dotarse de un nuevo enfoque de conjunto de los procesos de colonización que establecieran las virtudes de la esclavitud. En efecto, concluye :
Entonces era eso : la moral del enriquecimiento, l’American way of life, l’American way of winning9 , eso es lo que faltaba como « motivo más válido » a las «poblaciones autóctonas ». Habría sido interesante, en este contexto, preguntar a los Indios y a los Negros de los Estados Unidos su opinión sobre estos inquietantes “worthier motives”, al indio Jim Thorpe10 -desposeído de sus títulos olímpicos- o a Tommie Smith por ejemplo.
3. Hegemonía más que imperialismo : ¿un juego de palabras ?Todo eso puede ilustrar la aversión declarada del autor a propósito de todo lo que parece competer a un análisis teñido de marxismo11. El uso, curioso, que hace de la noción de hegemonía que le parece más adecuado que la de imperialismo para caracterizar el tipo de dominación que los deportes modernos, como muestra de las formas contemporáneas de « cultura física », no es convincente. En efecto, la expansión de los deportes modernos no es sólo una cuestión de acontecimiento, ya que una hegemonía no es tanto un objetivo que debemos alcanzar sino más bien un resultado alcanzado. Así, la hegemonía no explica la difusión del deporte en el mundo ; es la ilustración de su resultado. No hay ningún “Big Brother” (Gran Hermano) que ha querido que el deporte asfixie todos los otros juegos populares. Pero el hecho es que la mayoría de esas prácticas están asfixiadas. La difusión planetaria del deporte es más una cuestión que se refiere a una dinámica, a un proceso global y voluntario de imposición ilustrados perfectamente por la noción de imperialismo. Si
lo que es exacto, Allen Guttmann olvida precisar que para Gramsci, el sentido de la interacción cultural es al principio el de una dominación. Con el ejemplo de los deportes modernos y de los juegos populares eso quiere decir que los aborígenes expuestos a este tipo de interacción no tienen más remedio que abandonar sus actividades tradicionales y empezar a practicar los deportes . Sin embargo, la difusión de los deportes modernos no tiene más misterio, pues finalmente se evidencia una de sus claves :
Sólo queda poner en tela de juicio los buenos sentimientos, operaciones que al final no respetan el derecho de la gente :
En otras palabras, una vez que los autóctonos han cesado de molestarnos con sus juegos tradicionales para adoptar deportes modernos, pueden protagonizar un espectáculo en el que, a veces , se mostrarán superiores a los vencedores. Es verdad que un buen mozo convertido en criado tendrá que sobresalir en la restitución de los rituales que le habrán sido inculcados con el único fin de dar a su dueño la buena imagen que se hace de sí mismo. Pero, por qué hablar de monopolio lúdico (afortunadamente arrancado de las manos de los indios) ya que las situaciones evocadas atestiguan el proceso contrario del exclusivo monopolio del deporte impuesto por los países occidentales a los pueblos dominados ? Allen Guttmann invierte el sentido de los acontecimientos.
Lo que, justamente, habría sido pertinente preguntarse es precisamente lo que hace de las características de los deportes modernos sean « totalmente incompatibles » con las de los juegos populares y tradicionales. Pero, a propósito de este tema Allen Guttmann no aporta ninguna indicación, y eso es el verdadero debate. Sin embargo, habría podido reanudar, por ejemplo, el examen de la tesis audaz de R. Caillois y su esbozo de una sociología a partir de los juegos que dividen claramente de un lado los juegos competitivos (de estadio en términos deportivos) y de azar (por ejemplo los protagonizados en casinos) y de otro lado, los juegos de representación (máscara) y de vértigo, traduciendo de nuevo una oposición entre, respectivamente, las sociedades con contabilidad y las que padecen de confusión. Este antagonismo se deja claramente interpretar con los deportes modernos en los que todo es objeto de contabilidad (los derechos de retransmisión, el número de espectadores, los resultados etc.,) y los juegos populares y tradicionales en los que lo esencial es vivir un momento de exuberancia colectiva sin preocuparse de los costes, del numero de participantes –ya que todo el mundo está invitado - y de los recordes. No obstante, debido a que ese modelo se fundamenta en la contabilidad, Allen Guttmann no puede dar una versión plausible de lo que son los juegos populares y tradicionales. Sólo le falta un modelo sociológico.
Pero no es debido a que hace esa afirmación que Grupe piense en un insuperable criterio de preeminencia de los deportes modernos frente a los juegos populares. Todo el mundo también entiende perfectamente lo que es la guerra.
4. Sociología, antropología y principio de simetría.Sin duplicar más adelante los ejemplos de proposiciones ingenuas o equívocas, hay que acordarse que el estudio de Allen Guttmann falla ampliamente en su objetivo, que es establecer una superioridad de los deportes modernos sobre los juegos populares y tradicionales por no haber entendido que aquellos juegos no prestan en ningún caso esa competencia. Se trata en realidad de otra problemática. No se puede situar en primer lugar a los juegos populares y tradicionales y después los juegos deportivos modernos. Hacer un paralelismo entre ellos que no es equitativo porque no respeta el principio de simetría de Bloor, según el cual ese proyecto es tanto menos convincente en cuanto que las configuraciones respectivas no son superponibles. Si los puntos de referencia sociológicos desfallecen en su estudio, los cuadros antropológicos no están bien constituidos. La persistencia todavía aun, de un mantenimiento de una recuperación de los juegos populares y tradicionales en algunas regiones o países en medio de un ambiente harto de deportes modernos sería en sí mismo un modo de analizar lo que afirmamos. No se trata de decir que las prácticas tradicionales son mejores que los deportes, ya que tiene ningún sentido, si no que entender que estas prácticas ofrecen respuestas a las esperanzas lúdicas de las poblaciones que buscan el descanso, la tranquilidad o las diversiones colectivas.
Mientras que en níngun momento se indican los medios necesarios para determinar en qué condiciones podrían tener esa dimensión; así esto representa creer en vano que puedan
Este último propósito no es una visión “políticamente correcta” al poner de relieve el hecho de que una comunidad tribal no sería humana. Sin polemizar, se debe evidenciar que este lapsus revela toda la extensión de los principios culturales que impidieron, desde el inicio, una comprensión adecuada del problema planteado. Quizás había que empezar por ahí. Al desconocer este dato liminar que cada aprendiz de antropología es capaz de entender Allen Guttmann puede dar rienda suelta a imprecisiones sobre la universalidad del deporte y su « vocación integradora » que sería « superior a sus efectos de división » (p.183). Este último tema también se encuentra falto de pruebas. Actúa contra la corriente de las observaciones inmediatas o sabias que conciernen el papel de los deportes modernos. Unos defectos de divisiones, inherente a su estructura contable, lo caracterizan13. Más adelante, los deportes modernos que representan verdaderas escuelas de aprendizaje de la transgresión, no pueden alimentar el proyecto de definir una nueva sociabilidad, una nueva comunidad, una nueva humanidad, al contrario de los juegos populares y de tradición, que regularmente venían a celebrar el encuentro social abierto a todos y permitían certificar la vitalidad de una colectividad en la diversidad de sus miembros. Es la sociabilidad « tribal » que permite la integración, porque está abierta a la diversidad de las individualidades. La sociedad deportista es una sociedad de eliminación, de rechazo; el primer rechazado, venido a menos, eliminado, como lo decimos, abre la serie indefinida de las exclusiones. Este modelo no es un modelo antropológico, sino un modelo de carnicería zoológica. Albert Jacquart cuestionado ese rasgo que hace interesante a la humanidad, es decir su sorprendente diversidad, su verdadera disparidad. Y, a priori, no hay ninguna razón que pueda indicar que es cierto, tanto desde un punto de vista genético, como tampoco culturamente hablando. Los juegos populares y tradicionales encarnan esta posibilidad de expresar esta diversidad y de cerrar una cohesión social en la concordia14. Es precisamente este punto que Allen Guttmann no logra explicar. Así, una reanudación de los juegos populares y de tradición no corresponde a una nostalgia del pasado y aun menos a un culto caduco de la autenticidad, sino más bien a una preocupación frente al porvenir. Sencillamente, los juegos ofrecen una verdadera alternativa: entradas educativas, estructurales y funcionales, útiles a las generaciones más jóvenes, debido a que se encuentran muy distantes de los efectos no socializantes que los deportes modernos promueven más y más cada día que pasa.
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